sábado, 14 de marzo de 2009

LO PERDIDO EN LA ESTACIÓN.



11 de marzo de 2009.

Ingravidez de las vísceras
por un pensamiento de piezas negras.
Ingravidez de las ideas
por el vacío del día a día.
Ingravidez de la luz
por un esfuerzo que ni siquiera sabe si desea
tras lo perdido en la estación.

Fría claridad de un día mortal,
pues al nacer ya muestra su final
a través del agotado discurrir
entre la oscuridad de la noche
y la claridad que se acerca.

Lejos del entusiasmo de una victoria más
sobre el tiempo,
descansa al prolongado momento íntimo
en que escondido bajo su refugio
escapa del mundo.

Fragilidad escondida tras una fortaleza
que han construido para una seguridad
que sólo ha llegado a percibir mermada
desde hace ya muchos atardeceres.

Persecución cercana, conocida.
Sensibilidad extrema de una piel
que alcanza al vuelo las opiniones,
el gesto indiscreto, el apoyo funesto.

Frente a la ventana, contempla estirpes voladoras
en busca de sustento;
pequeños puntos negros
que parecen despegar
sus oscuras alas más allá del cuerpo.

Frente a la ventana, balcones conocidos
en los que busca gente,
en los que añora simiente.
Espacio completo, enmarcado,
ahogado por una rítmica armonía de colores y mantos.
Algo los conduce hacia su vista
y le obliga a reconocer, para sí,
en la lejanía, el poder de su presencia
frente a su inmovilidad.

Frente a la ventana, lo nuevo y lo antiguo;
conectados, unidos por un cuerpo
que respira pero no avanza;
movidos por un puente
que todos cuidan aunque no lo reclama.

Cualquier día antes del 11 de marzo de 2004.

Deseó avanzar lentamente
entre las caras coloreadas
y las piernas aceleradas.
Quiso salir a desear,
a agachar la cabeza para contemplar
los retablos escogidos
de caras misteriosas
que los nuevos mendigos
estampaban a sus pies.
Quiso escuchar la torpe melodía
del diálogo que las guitarras
mantenían desde los dos lados
del agitado murmullo
que de tarde en tarde les pagaba
con cuatro enfundados duros.
Quiso salir a encontrar
los libros más viejos
en el mercado del suelo de colchas.
Quiso buscar
los fantasmales malos pelos
que en su paseo
saludaban su afecto.

Más allá, en el parque, sintió
por los vuelos del ruiseñor desconocido,
por los cánticos gentiles y sin sentido de las monjas
que se habían rodeado,
para que el gentío disfrutara,
de la suave tentación de un fiel destino
vestido de blancos velos.

Más allá, en el parque,
donde la fresca vegetación
vió unirse los lazos irrompibles
de sus valiosas esencias pasadas,
se imaginó con el paso del tiempo
viendo crecer la hierba del farol
a los pies de la luz de su música;
se vió, con el paso del tiempo,
imaginando un presente
de proyectos y equipajes,
pero nunca de desconcierto y de sangre.